El pasado islámico de Madrid
Para muchos en la actualidad sería impensable reconocer que esta ciudad tiene más descendencia árabe de la que se podría imaginar, su nombre particularmente deriva de sonidos en el léxico árabe. Y es hoy que se podría mirar con asombro tal información.
Se ha tratado de dejar de lado la historia de poblados que nacieron bajo el dominio de los moros, tal cual como eran llamados en tiempo pasados, pero es una historia que se ha estado tratando de rescatar con el fin de integrar a sectores de la sociedad, grupos de refugiados, en donde las ONG están trabajando en conjunto con otros sectores para concientizar sobre los cercanos que siempre se ha sido.
Se cuenta con barrios enteros en donde los musulmanes hacían vida, casonas que aun preservan ese pasado tan notorio, la unificación entre la ciudad y los pobladores son realmente importantes en el desarrollo de toda una nación.
Ruta Musulmán
Aunque parezca extraño, la ciudad madrileña cuenta con espacios que se identifican con los años en donde los musulmanes eran pieza importante del desarrollo de esta, solo se pensaba que los restos permanecían en el estado Ándalus pero no ha sido así, el alcance fue mucho mayor. Ha sido esta ciudad la única en toda Europa que ha sido fundada en principio por árabes, así que la influencia es realmente notoria.
Se estima que alrededor de los años 700 fue la llegada de los muchos árabes a estos asentamientos, el diseño y las ornamentaciones en las casonas así lo demuestran, así como muchos de los utensilios usados más antiguos son dignos representantes de esta cultura. La posición geográfica de la zona demuestra que la forma y la misma naturaleza fomentaron de algún modo que el asentamiento fuese llevado a cabo. Era un territorio que se podía defender y custodiar.
En búsqueda de conocimientos
No se trata solo de los tantos refugiados, la idea es que cualquiera que se sienta ávido de conocer ese pasado tan importante en la historia de España se acerque y descubra un fragmento de esta que se ha querido que quede guardada por muchos años. Porque no solo ha sido su arquitectura o sus utensilios, también ha sido en gran parte su lengua, sus costumbres, sus comidas las que han permanecido a lo largo de muchos años y que ha sido practicada por la sociedad sin siquiera reconocer su notable origen.
El alcance podría generar integración no solamente de las personas recién llegadas o con pocos años de permanencia en el país, sino también de los nacidos acá, todo con el fin de integrar a una sociedad que entienda que ha necesitado de una mezcla de costumbres para obtener los resultados que hasta ahora han obtenido.
Las huellas dejadas
Han sido las propias instituciones las que han divulgado esta gran ruta que demuestra todo el pasado islámico de nuestra ciudad, no ha sido información disponible por muchos años, el objeto de esta acción es el rescate de un pasado que ha tratado de ser olvidado. Es el rescate de los inicios de una ciudad, en donde se ha tratado de imponer un pasado más acorde a intereses y no a hechos.
Es con la llegada de los cristianos y las exigencias en las conversiones hacia esta religión la que hizo que estos poblados fuesen abandonados, pero reconocer que el mestizaje fue inminente es parte del rescate de hoy en día. Son muchos los restos de esta época que no se puede dejar de lado y que enseña a fuerza que si existió este pasado al que igualmente debemos conocer.…
Artículo sobre el asesinato del Monte de Piedad
Hay determinados sucesos que mantienen a la población expectante durante algún período de tiempo, y caen después en el olvido, mas en estos tiempos en que la ingente cantidad de información que tenemos a nuestra disposición hace olvidar rápidamente casi cualquier suceso.
Ocurrió el viernes 2 de Julio de 1909 un crimen en las instalaciones de la Ilustre y benéfica Institución del Monte de Piedad de Madrid, motivado por una venganza que nunca llegó a saberse que fundamentos tenía.
Fue ejecutor el sacristán de la capilla del Monte de Piedad y victima el conserje y portero mayor de las oficinas de la misma institución.
Ocurrió poco después de las nueve y cuarto de la noche cuando llego al edificio del Monte de Piedad el conserje y portero mayor, Don Tomás Gómez Sanz, donde tenía su domicilio con entrada por la calle de San Martin, allí le salio al paso Don Juan José Navarro, entonces sacristán de la capilla del Monte de Piedad y portero de la casa número ocho de la calle de San Martín. En esta parte del edificio solo estaban las habitaciones que correspondían al entonces director del Monte de Piedad, Don José Álvarez Mariño.
Parece ser que Juan José Navarro pidió a Tomás Gómez que fuese con él a ver unas pinturas que se habían hecho recientemente por encargo del Monte, no desconfió Tomás Gómez y se encamino con Juan José Navarro a donde éste le indicaba.
Entraron al edificio por la puerta de la plaza de las Descalzas Reales, donde en el patio estaban los carteles realizados, las examinaron durante un rato, y cuando Tomás Gómez se iba a marchar a su casa, Juan José Navarro le dijo que le quería enseñar en los sótanos de la institución unas cosas que le sorprenderían.
El edificio del Monte de Piedad tiene en el subsuelo un dédalo de pasillos, donde están los depósitos de los objetos entregados en garantía de los préstamos. Estos pasillos subterráneos se hallan dispuestos de modo que sea fácil su vigilancia, y hasta tienen condiciones estratégicas de defensa para caso de invasión. La oscuridad de estos pasillos favorecía el intento de asesinato y el hallarse completamente desarmado el conserje favorecía la impunidad.
Ya en el sótano Juan José Navarro le dijo a Tomás Gómez, “te he traído aquí para que pagues tus culpas. Aquí mismo voy a darte cuatro tiros”, y uniendo la acción a las palabras le disparó a quemarropa varios tiros, que no fueron oídos.
Pasado algún tiempo dos empleados del Monte bajaron al sótano y tras oir llamadas de auxilio encontraron a Tomás Gómez gravemente herido, en medio de un gran charco de sangre, siendo trasladado por estos a la casa de socorro del Distrito Centro.
Los médicos de guardia reconocieron al herido y constataron que había recibido una herida por arma de fuego con orificios de entrada y de salida en el tercio inferior del antebrazo derecho, otra con orificio de entrada y de salida en el tercio superior del mismo brazo, tres heridas penetrantes de arma de fuego en el lado derecho del vientre, otra herida penetrante en el lado izquierdo del vientre, y una erosión leve en la mano derecha, siendo el estado del herido muy grave, no obstante y debido a las condiciones sanitarias de la época, una vez realizada la primera cura, fue conducido con todas las precauciones necesarias a su casa.
Avisado el Juzgado acudió al lugar del suceso el Juez de guardia, que aquél día era el de Universidad, Don Manuel Moreno, acompañado del escribano, Sr. Moreno Pastor, y del oficial Sr. Rubio, trasladándose inmediatamente a la casa de socorro donde todavía estaba el herido, y de quien se obtuvo declaración suficiente, entre balbuceos y sincopes, para formar idea de lo sucedido..
El autor de este crimen, Juan José Navarro, es viudo, y vive con un hijo suyo de trece años de edad, llamado Manuel, y con una mujer llamada Eloisa Viana Braojo desde hace diez años, era sacristán de la capilla del Monte de Piedad, y además portero y servidor de algunas de las dependencias del establecimiento.
En cuanto el comisario del distrito Centro tuvo noticias de lo sucedido envió al lugar al Inspector Don Honorio Inglés, a los agentes Alfredo S. Inestrillas, Telmo Almellones y Maximino Gómez, acompañados de guardias de seguridad.
El inspector Sr. Inglés preguntó a Manuel por su padre, respondiendo el interpelado que no estaba en casa, y que sería inútil que lo buscasen allí; no obstante los agentes procedieron a inspeccionar la vivienda, donde efectivamente no hallaron al buscado, procediendo a inspeccionar el edificio y llegados a un patio que tenía una puerta cerrada preguntaron quien tenía llave de la misma, manifestando Manuel que él no tenía llave de tal puerta ni sabía quien pudiera tenerla.
Los agentes forzaron la puerta y se aventuraron por una serie de callejones y penetraron por un pasillo en completa oscuridad, diciéndose en el periódico de que hago uso que los adelantos de la policía madrileña no habían llegado aún a que los que tienen la misión de perseguir a los criminales lleven consigo linternas eléctricas, que eso pertenecía a las fantasías novelescas de Conan Doyle.
El caso es que los agentes encendieron cerillas y con su parca luz se adentraron por el pasillo y procedieron a inspeccionar las habitaciones allí existentes hasta que encontraron una cuya puerta estaba cerrada, preguntado al niño sobre quien tenía llave de aquella puerta, éste con asombrosa tranquilidad dijo que él no tenía y que era inútil abrirla pues allí solo había algunas alfombras y esteras.
A orden del Inspector Sr. Inglés, los agentes intentaron derribar la puerta, y por una mirilla existente en el centro de la puerta salieron cinco fogonazos. Los agentes cogidos por sorpresa no pudieron hacer otra cosa que refugiarse para esperar acontecimientos, aun no tenían la certeza de ser una única persona la que estaba allí escondida, llegándose a pensar que pudiera tratarse de una banda que intentaba robar los opulentos depósitos de joyas y dinero del Monte de Piedad.
Afortunadamente los agentes no fueron alcanzados, sufriendo leves contusiones mientras se retiraban. Tras unos momentos de confusión y creyendo que el agresor había acabado sus municiones el inspector Sr. Inglés volvió a acercarse a la puerta, y volvieron a salir nuevos proyectiles. Cuando los agentes iban a derribar la puerta el encerrado dijo con fuerte y clara voz: “no os acerquéis, porque seguiré tirando. Tengo una caja de proyectiles. La emplearé toda, y cuando solo quede un cartucho será para mí”. Los agentes se acercaron a la puerta, y nuevamente les recibieron disparos, sin que se explique como ninguno resultó herido en un estrecho pasillo.
Tras un cuarto de hora de calma, el criminal llamo a los que le cercaban y les dijo “venid, que ya me entrego”, tomando las oportunas precauciones, los guardias Fernando Pereira y Bernardo Bascuñana, se acercaron y de nuevo el encerrado hizo dos disparos, que por fortuna tampoco causaron daño. Los guardias provistos de sus armas realizaron asimismo dos disparos por la mirilla, sin que se advirtiera que habían hecho blanco.
Volvió a asomarse a la mirilla tiempo después Juan José Navarro y pidió que se acercase un guardia porque tenía que darle un encargo, así lo hizo el guardia Don Fernando Pereira al que el criminal le dijo, “toma estos dos duros y dáselos a mi compañero Bernardo para que mande que me digan dos misas, porque voy a suicidarme”, el guardia pensando que tras esa solicitud no había trampa alguna se acerco y vio como caían por la mirilla dos monedas de cinco pesetas, se acercó a recogerlas, y de nuevo el criminal realizo tres disparos que no causaron daño alguno, el guardia realizó otros tres disparos con su revolver a través de la mirilla; se tomaron precauciones para que nadie se acercara a la puerta, esperando ver como sería el desenlace de aquello.
Tiempo después se oyeron dos disparos en el habitáculo donde estaba encerrado el criminal, por lo que se pensó que se había suicidado, pero apenas comenzó a tomarse en cuenta esta posibilidad se vio que dentro de la habitación se encendía una luz y que la mirilla se abría y cerraba; durante media hora se vio la luz, que luego fue apagada.
La policía intento colocar delante al hijo del criminal, previo aviso al padre, para violentar la puerta, el hijo se negó; la amante dijo que ella convencería al criminal para que se entregase, pero se vio que era inútil y que lo único que podía pasar es que hubiese mas derramamiento de sangre, al final se decidió esperar.
Se supo que el cuarto donde estaba encerrado el criminal era el destinado a guardar las armas y municiones de los vigilantes nocturnos del Monte de Piedad, por lo que tenía a su disposición armas y munición considerables.
También un hermano, llamado Daniel, y un amigo, llamado Linares, del encerrado intentaron convencerle, sin éxito; algunos empleados del Monte se ofrecieron a bajar e intentar convencerle de que desistiese de su actitud, lo que no fue autorizado, se desplazo hasta allí el Director del Monte, así como los señores Millán Astray y Martínez Campos, también sin éxito.
A eso de las cinco de la mañana, y ante la falta de contestación del encerrado se procedió a derribar con picos la puerta, donde con todas las precauciones posibles entraron el amigo del encerrado, Sr. Linares y agentes de policía, a la luz del farol se divisó, acurrucado junto a un depósito de agua, a un hombre, que era Juan José Navarro, a quien se supuso dormido pues estaba arrebujado en una manta y tenía la cabeza inclinada sobre el pecho. Un guardia se abalanzó sobre él y le sujeto, temiendo una agresión, pero la frialdad del cuerpo y la inmovilidad del mismo le convencieron que era un cadáver.
Se había disparado un tiro en el corazón, con orificio de salida por la espalda, todavía conservaba el revolver en la mano, fue sacado al patio donde se esperó la llegada del juez de guardia.
El agredido murió, se le hizo la autopsia y fue enterrado el 4 de Julio en la Sacramental de San Lorenzo.…
Monumentos a Cajal en Madrid o el horror a los homenajes públicos
Cajal desconfía de los abastecedores de homenajes públicos, más interesados en la foto personal y en reseña propias. Dos monumentos en Madrid, uno en el Parque de El Retiro y en el patio de entrada en la vieja Facultad de Medicina de Atocha el otro, fueron erigidos en vida del sabio. Declinó asistir a la inauguración de ninguno de ellos: le desagradaba la idea de haberse convertido en mito. “Glorificar al mito” – escribió – sirve para no imitarle; y al mismo tiempo, calmar la mala conciencia”.
Nada más pasar el zaguán del viejo San Carlos, en el patio, se encuentra “El Lápiz”. Inverosímilmente alargada, fue este el popular nombre con el que era conocida por los estudiantes de la Facultad de Medicina. La estatua por ellos mismos costeada, quizás no la mejor inspiración del chileno Lorenzo Domínguez, el artista. Un guripa, a duras penas y de malos modos, me permitió la entrada; atravesado el pórtico, se encuentra en un lateral del patio. Para mi irritación, me impidió fotografiarla. Se conserva una réplica en “El Patio de Cajal”, en el Colegio de Médicos, pero no es lo mismo; quizás mejor así, porque la original medio se desmoronó a pedazos.
Había cumplido ochenta años y, como de costumbre, se negó a asistir al acto inaugural. Le comentaron que se había congregado una bulliciosa muchedumbre de estudiantes, expectantes ante la llegada del sabio. Y una duda sacudió su conciencia: tantas veces había repetido que, en la juventud estudiosa, estaban las esperanzas de la Patria. Garrapateó apresurado unas cuartillas y “don Paco” –Francisco Tello, su colaborador más fiel- corrió Atocha abajo para leerlas. Tras él, un gentío estudiantil fue agrupándose bajo el laboratorio, allá en el Museo Velasco. Cuando en el balcón de la biblioteca apareció la figura venerable del anciano sabio, se hizo el silencio. Testigos del momento aseguran que fue la única vez que le vieron llorar.
Se encuentra frente a la Casa de Fieras, en El Retiro madrileño. Le pareció ridícula su interpretación por el escultor Victorio Macho como prócer griego, semidesnudo (“yo nunca me he desnudado delante de un hombre”).
Se negó a asistir. Lo inauguraron en solitario un 23 de abril de 1926 las “fuerzas políticas” del momento. El periódico ABC del día siguiente da a conocer “una interesante nota oficiosa”. “Según un rumor” –dice el diario-“señores que se clasifican a sí mismos de intelectuales”, pretendían, en suma, hacer una segunda inauguración menos oficialista, quizás más sincera. Y amenaza para quien se adhiera: “dormirán en la cárcel modelo alguna noche, por sabios, por ricos y por influyentes que sean”. Seguro que Cajal se sintió reconfortado por negarse a aparecer.
Después de todo, es un bello monumento: las fuentes de la vida y de la muerte reflejándose en la leve película del estanque. Un billete de banco, cuando cincuenta pesetas eran casi una fortuna, le daba merecido precio.…
El nombre de la calle de la Montera
Esta calle une dos de los puntos emblemáticos de la ciudad de Madrid, la Red de San Luis, a la que nos hemos referido en el número anterior de la revista y la Puerta del Sol a la que se le han dedicado multitud de libros y artículos. De lo mucho que se puede decir de ella reseñaremos exclusivamente su kilómetro cero, recientemente restaurado.
Vamos a realizar un breve repaso a la documentación que se refiere a los orígenes del nombre de la calle y lo haremos de forma cronológica.
Hay autores que se remontan al siglo XIII para decirnos que el nombre de la calle se debe a que el rey Sancho IV el Bravo se adentró en Madrid, a caballo, y a la altura de la calle de Fuencarral se le cayó su montera lo que le provocó gran enfado. Como consecuencia de ello se colocaron dos hitos de piedra en el lugar, en el primero se escribía: “Al pasar esta vereda perdió el rey la montera” y en el otro: “Como D. Sancho era Bravo caminó con gran enfado” (1). Como podemos ver la condición de pelotillero con la autoridad es muy viejo.
Consultando el libro de D. Ramón de Mesonero Romanos titulado “EL ANTIGUO MADRID. Paseos anecdóticos por las casas y calles de esta villa” publicado en 1861 y consultado por mí en una edición facsímil de Ediciones Trigo del año 2000, podemos ver que, de forma escueta, se refiere al nombre de la calle diciendo que se podría derivar de la Montería ya que era el sitio de donde partían para las grandes partidas de caza, aunque otros le atribuían el nombre por “cierta beldad que habitaba en ella en el siglo XVI y era esposa del montero del rey”.
(1) La información de este párrafo está tomada de un folleto publicado conjuntamente por la Cámara de Comercio de Madrid y la Concejalía de la Vivienda del Ayuntamiento de nuestra capital titulado “El Comercio de la Calle de La Montera”. Sin año de publicación.
Sigamos consultado otras obras. Esta vez nos vamos a dedicar al libro publicado por D. Antonio Capmani y Montpalau titulado: “ORÍGEN HISTÓRICO Y ETIMOLÓGICO DE LAS CALLES DE MADRID” publicado en 1863 y consultado en edición facsímil de Extramuros Edición del año 2008. El autor le dedica cuatro páginas a la calle y al principio de su exposición dice: “Antiguamente llegaban hasta aquí los empinados montes de Fuencarral y Hortaleza, cuya configuración asemejaba exactamente a los picos de una montera, y de aquí al desmonte de estos cerros se la denominó así modernamente, porque el nombre primitivo fué el de la Inclusa”. Ya tenemos otra teoría sobre el nombre de esta calle. Este mismo autor en el artículo dedicado a La Montera, más ade-lante, también comenta el incidente de Sancho IV el Bravo y la caída de su montera. Capmani se extiende en los antecedentes del nombre y es muy interesante lo que de ellos cuenta, pero no podemos dedicarle espacio a ello pues la extensión del artículo sería demasiado grande y lo que se pretende es exponer los mo-tivos del nombre de La Montera. Es preciso añadir que el autor también se refiere a la bella esposa del montero del rey, pero de forma muy superficial. Zanja el asunto en reglón y medio.
A. Fernández de los Ríos en su “GUÍA DE MADRID, MANUAL DEL MADRILEÑO Y DEL FORASTERO” publicado en 1876 y que he podido consultar en su edición facsímil de Ediciones La Librería del 2002 es más duro con la mujer del montero mayor, le llama coqueta y asegura que tenía revolucionado a todo Madrid. Nos cuenta que era viuda pero, sin embargo, dice que a nadie concedía el menor favor, luego entonces no era tan coqueta. Nos da más datos de la calle pero no añade nada nueva a la procedencia del nombre.
El más generoso con el estudio de esta calle es D. Pedro de Répide en su libro “LAS CALLES DE MADRID” publicado por Ediciones La Librería en 1995 y cuya edición de 2005 es la que he podido consultar. Le dedica siete páginas y media y recoge todas las versiones descritas. También nos habla sobre los nombres anteriores, al igual que Capmani. Hace mención a los versos de Narciso Sáenz Díez Sierra que nos hablan de ella:
“Que si Usiría viniera
aquí de alcalde menor
al de corte le dijera
que es mucha calle señor
la calle de La Montera
Répide nos especifica que la mujer era de un Montero de Espinosa, montero mayor de Felipe III. Respecto a la procedencia del nombre no nos dice nada nuevo.
Podemos llegar a la conclusión de que hay varias versiones y que cada uno se puede quedar con la que más le guste. Como si fuese una novela negra, en la que se dejan las conclusiones para el final y casi siempre el asesino es el mayordomo. Yo he preferido dejar para este último tramo del artículo las investigaciones de la eminente historiadora Dª María Teresa Fernández Talaya sobre la procedencia del nombre de la Montera.
egún un documentado trabajo ha llegado a la conclusión de que, hacia el año 1500 una parte de las tierras de la calle, contiguas al solar donde se edificaría posteriormente la Iglesia de San Luis, pertenecían a dos hermanos que se llamaban Juan Carlos y Francisco Lamontera, lo que resta mucho crédito, por no decir todo, a las teorías anteriores. Quien conozca los extraordinarios trabajos de Dª María Teresa llegará a la conclusión, como he llegado yo, de que la procedencia del nombre de la calle es tal cual nos lo refiere ella. Por dicho motivo es por lo que he decidido escribir este sucinto artículo en defensa de los estudios de la Dra. Fernández Talaya.…
Robo del tesoro del Delfín
Las colecciones de nuestro Museo Nacional del Prado, son objeto de la apetencia de los amigos de lo ajeno, lo que ha llevado (y lleva a sus encargados) a una constante vigilancia de los tesoros allí depositados, vigilancia que normalmente resulta eficaz pero que en alguna ocasión los amigos de lo ajeno han ganado la partida con mejor o peor suerte.
Entre las colecciones que guarda el Museo Nacional del Prado se encuentra la muy espectacular colección de joyas conocida como “El Tesoro del Delfín”, llamada así por ser un regalo que hizo Luis XIV de Francia al Gran Delfín Luis, padre éste que fue del rey Felipe V (1) , llegando a España el tesoro, a la muerte del Delfín (acaecida en 1712), como herencia paterna recibida por el referido primer rey Borbón de España; de dichas joyas se hicieron dos grupos o lotes, uno de los cuales se conserva en el Museo del Louvre, de París, y el otro, o lo que queda de él, que es la mayor parte, está en el Museo Nacional del Prado.
La parte de alhajas que vino a España las conservó mucho tiempo el pintor D. Domingo Sauni, Conserje y aposentador del Palacio y Sitio Real de San Ildefonso, y en el reinado de Carlos III, sin duda, como estaban pasadas de moda, y de ellas no se hacía uso ni se estimaba su mérito, se destinaron por Real Orden de 1 de Septiembre de 1775, al Gabinete de Historia Natural, y allí estuvieron hasta 1813, año en que se las llevaron los franceses a París, sin tener el cuidado de embalarlas, siendo restituidas en 1815 y depositadas nuevamente en el mencionado Gabinete hasta que se llevaron al Museo (2) .
El 14 de Agosto de 1839 se entregan al director del Museo, D. José Madrazo, procediendo a limpiarse y componerse en 1866, sin poner ni quitar piedra alguna, y al año siguiente se colocan en dos escaparates ochavados, en forma de linterna –proyecto de D. Juan de Madrazo–, en la galería central del Museo; dichos escaparates o vitrinas tienen unos dos metros de altura, y están guarnecidas de cristales, con sólidos marcos que se cierran herméticamente por fuertes y complicadas cerraduras de muy difícil fractura.
En uno de los escaparates, se colocaron las piezas de orfebrería de mesa y tocados, primorosamente labradas en el siglo XVI, eran 78 de los 86 objetos inventariados en tiempo de Carlos III.
En el otro se colocaron los vasos de cristal de roca, de bellas formas que, en opinión de D. Pedro de Madrazo, solo podían ser de Valerio Vicantino, los Misseronis o Sarrachis, en este escaparate se exhibían 47 piezas.
Con fecha 20 de Septiembre de 1918, por Don José Garnelo, subdirector entonces del Museo del Prado, se presenta denuncia sobre un importante robo en el Museo del Prado, manifestando que se echaron en falta 16 ánforas y varias copas de cristal de Bohemia, y que los objetos que quedaban se habían recolocado en el escaparate convenientemente espaciados para que no se advirtiese por los encargados de la su custodia la sustracción realizada, haciendo notar que los objetos robados eran de incalculable valor, no solo intrínseco, sino también artístico e histórico.
No se sabía cuando pudo haberse cometido el robo, pero se había llevado a cabo con tal habilidad, que la vitrina no había sido desvalijada por completo, dado que solo habían desaparecido de ella las joyas mas valiosas, lo que demostraba que el ladrón o ladrones sabían del mayor y menor valor artístico de los objetos que allí se encontraban, y dado que de algunos objetos dejados se habían llevado basamentos y pedrería, dejando allí lo demás, se podía pensar que el robo se había cometido en un largo lapso de tiempo o en varias etapas; por otro lado la puerta de la vitrina tenía descorrido el pestillo de la cerradura, en la que no aparecía fractura de ningún tipo, por lo que igualmente se pensaba que los ladrones se habían tenido que valer de una llave falsa, pues la llave de la de la vitrina asaltada, como todas las del museo, estaba depositada en la caja de caudales de aquel Centro, cuya custodia corría a cargo del director del Museo, Sr. Villegas.
Según la declaración del referido D. José Garnelo, descubrió el robo el día de la denuncia, a eso de las once y media de la mañana, pues al pasar por el salón grande del edificio, fijó por casualidad la vista en una de tales vitrinas, y advirtió la falta de un camafeo; alarmado ante la desaparición del valioso objeto artístico, llamó inmediatamente al conserje, D. José García, para que le llevase las llaves que cierran la vitrina, y que se hallaba depositada en la caja de caudales del Museo; una vez poder del Señor Garnelo la llave, fue introducida la misma en la cerradura de la vitrina, y observó que ésta se encontraba abierta y que faltaban otros diversos objetos artísticos de valor considerable, ordenando en ese momento que se cerraran las puertas del Museo, procediendo a desplazarse desplazo hasta el Juzgado interponiendo la correspondiente denuncia.
El Juez de guardia, que lo era el del Distrito de la Inclusa, se trasladó inmediatamente al Mueso, previo avisar por teléfono al jefe de la brigada de Investigación criminal, acudiendo al Museo el inspector de policía Sr. Fernández Luna, que procedió inmediatamente a un minucioso registro del museo sin obtener resultado alguno; se detuvo a los treinta y ocho visitantes que en el momento de descubrirse el robo se encontraban en el museo y que no habían podido salir por haberse cerrado las puertas del museo, y por el referido inspector se procedió a interrogar a los mismos y a los empleados del museo, en tanto por otro lado se observaron en los cristales y en algunas de las joyas que no habían sido robadas, huellas de varios dedos y de una mano, si bien con tales datos no era posible en aquel momento concretar ninguna acusación, procediéndose a sellar la vitrina, y se dieron ordenes para que nadie, ni siquiera los empleados, se acercase a ella.
La prensa de la época se lanza a obtener las versiones de los empleados del Museo sobre quien y como había podido ser el autor o autores del robo (aun se dudaba de si habría sido uno o varios), así surgen versiones sobre las sospechas que tenían algunos empleados de ser un ciudadano alemán que unos dos meses antes se dedicaba, durante largas horas de la tarde y de la mañana, a sacar reproducciones de las ánforas desaparecidas, y también algún empleado supone que el robo no se ha cometido de un solo golpe, sino que sus autores han ido en distintos días, y poco a poco, haciendo desaparecer los objetos que faltan.
También se publica que unas pocas semanas antes un empleado manifestó al conserje que le parecía faltaban algunos objetos de la vitrina, y que este le dijo que era imposible, porque se revisaban casi todos los días.
Lo que aparecía fuera de toda duda era que el ladrón o ladrones conocían el valor de los objetos robados, lo que se resultaba obvio por haber aparecido desmontada un ánfora, cuyo pie estaba incrustado de brillantes y piedras preciosas, y que dado que el pie podía separarse del resto del ánfora, por estar atornillado, el ladrón lo destornilló y se lo llevó, dejando las otras piezas, que, aunque siendo de oro finísimo, no tenían tanto valor.
El conserje del museo, Don José García, antes pocero especialista, declaró a la prensa que no podía explicarse como se pudo realizar el robo, siendo tal la vigilancia existente día y noche que, de no haber ocurrido tal robo, consideraba imposible tal sustracción; que durante el día, cada sala tiene su correspondiente celador, cuya única misión es vigilar cuanto en ella existe. Que por la noche, antes de marcharse los celadores, se cierran todas las puertas y ventanas, y después el conserje y otro empleado van cerrando con llave todas las ventanas que dan al exterior del edificio, retirándose los celadores de día una vez que los vigilantes de noche han ocupado sus puestos, iniciando la vigilancia y recorrido por las diferentes salas, y que cada diez minutos tienen que introducir una llave en los relojes de seguridad, y siendo el tiempo escaso apenas si les queda el suficiente para ir de extremo en extremo de las salas para cumplir su misión, por lo que la inspección es continua.
Por otro lado que la fractura de ventanas que dan al exterior también se hace imposible, porque puertas y ventanas tienen timbre de seguridad, que suena en la casa del conserje, y que debajo de la casa de éste está el cuartelillo de la Guardia Civil, que vigila la parte exterior del edificio, que impide a toda persona que se acerque a las paredes murales del Museo.
De los escaparates o vitrinas, y de las alhajas que contenían hace la siguiente descripción: “En el escaparate que mira hacia la entrada están los objetos de orfebrería, propiamente dicha, en que se comprenden vasos, tazas, copas y copones, cofrecillos y otros recipientes en forma de tibores, perfumadores, pomos, salvillas, jarros, urnas, saleros, vinagreras, fuentes, bandejillas, conchas, platillos, barcos y huevos, ya de diáspero sanguíneo, ya de amatista o jaspe oriental, o lápiz lazuli, o ágata o jade, etc. y con preciosas guarniciones de oro y plata, cinceladas o esmaltadas, y figurando bichas, amores, sierpes y demás seres animados, con incrustaciones, ora de pedrería fina, ora de camafeos y piedras grabadas.
Algunos de estos objetos parecen primorosos ejemplares del arte de Benvenuto Cellini, de Cardosso y de Firenzuela. Acaso otros provienen del celebrado tesoro de Francisco I y Enrique II de Francia, y salieron de los talleres de aquellos famosos plateros de París, Nicolás Maiel, Guillermo Castillón y Luis Benoist. Hay en este escaparate 71 objetos: 32 en el anden inferior, 27 en el medio y 12 en el superior. En el otro escaparate, que mira al final de la galería, están las alhajas o vasos de cristal de roca, entre cuyas elegantes formas se divisan el barro, el carro, la taza, el ave, el delfín, la sierpe, el perfumador, el jarro, el canastillo, el cáliz, la bandeja, el frasco, la salvilla, el azafate y la flamenquilla.
Las roturas y desperfectos que en estas alhajas se advierten, están consignadas en el inventario bajo el cual fueron entregados, en 14 de Agosto de 1839, al director de este Museo, D. José de Madrazo, y provienen de la mala manera en que fueron llevadas a Francia en 1813, dejando sus estuches en Madrid”.
Días después se descubre que también faltan algunos objetos de la otra vitrina, que hasta ese momento se consideraba intacta, objetos que también pertenecían al tesoro del Delfín. Y se da cuenta de un detalle que demostraba claramente que entre los autores del robo había alguno gran conocedor de las joyas artísticas que formaban el “Tesoro del Delfín”, pues los pies de los objetos robados todos son de oro, y en cambio, no se han llevado ninguna de las que eran de metal o plata sobredorada.
Pocos días después el diario “LA ÉPOCA” del miércoles 25 de Septiembre de 1918, informa que “a las tres y media de la madrugada fue detenido e incomunicado en un calabozo de la Dirección un joven llamado Pedro Viallar, que esta empleado en una Compañía de seguros” y que asimismo se habrían producido otras detenciones, y que agentes de policía realizaron también determinados registros, durante la noche, en dos casas de la calle del Espíritu Santo, recuperándose parte de un adorno de uno de los jarrones”.
El jueves 26 de Septiembre de 1918, “EL PAIS, DIARIO REPUBLICANO”, informa de lo siguiente: “Un anticuario de la calle Ancha de San Bernardo, hace pocos días supo que dos amigos suyos, que se dedican a la compra y venta de antigüedades y objetos artísticos, recibieron la visita de unos sujetos desconocidos que les propusieron la venta de unas copas que les llamaron extraordinariamente la atención.
Los dos amigos del anticuario no quisieron comprar aquellos objetos en firme, y se limitaron a entregar al vendedor un recibo reservándose el examinarlos detenidamente”.
También se informa que “además dichas copas poseían algunas esmeraldas, que se comprobó procedían también del Museo del Prado”, y que los objetos hallados correspondían a los que estaban en la segunda vitrina recogiéndose fragmentos de lo robado, por lo que parecía que hubiera realizado el robo solo estaba interesado por el valor de las joyas y no por el valor artístico de la pieza en su conjunto, y que por eso estaban deshaciendo los objetos para arrancarles el oro, la plata y las piedras preciosas.
En definitiva se empieza a pensar en que el robo era de una gran vulgaridad y que había sido realizado por rateros de poca monta, así en la revista Hispano Americana Cervantes de Octubre de 1918 se dice:
“La misma vulgaridad del robo ha sido causa del ridículo que sobre España ha caído, demostrando al mundo entero la incompetencia con que aquí tratamos las cuestiones de arte; incompetencia que ha hecho posible que un ratero despreciable destroce objetos preciadísimos que eran una de las galas de nuestro simpar Museo”, diciendo mas adelante el periodista que no se explicaba como a estas fechas aún no han presentado la dimisión de sus cargos el Director y el Subdirector de la Pinacoteca.
El Sr. Lázaro Galdiano (patrono del Museo), que presentó su dimisión a tal cargo, en dos conferencias que dio en el Ateneo a raíz de ser descubierto el robo, expuso suficientes argumentos y razones para que cualquier ministro hubiese mandado a sus casas, y con la condición de que de ellas no se moviesen en todo lo que les restase de vida, a esos hombres que son los principales causantes de que el Museo del Prado haya perdido para siempre objetos de incalculable valor artístico e histórico.
Por fin “Nuevo Mundo” del 4 de Octubre de 1918, informa de lo siguiente: “Descubriose al fin quienes eran los autores materiales del estúpido robo del Museo del Prado; tan estúpido, que ha podido descubrirse porque uno de ellos fue a vender los objetos robados a un platero que le conocía, que había vivido con él en una casa de huéspedes y sabía todas las andanzas sospechosas de su mala vida. Pero si están, ya empapelados los autores materiales –unos guardas mal guardados, unos vigilantes mal vigilados–, quedan sueltos, libres e irresponsables, los autores morales del hecho. Lázaro Galdiano –a quien tanto debe la cultura española, desde que hace treinta años fundara La España Moderna y editara centenares de obras europeas, aquí desconocidas– ha expuesto en el Ateneo el cuadro espantable de la ignorancia oficial, de la desidia, del abandono y de la ineptitud de los gobernantes y los burócratas. En cualquier país donde la opinión tuviese un poco de sensibilidad, los discursos de Lázaro Galdiano y sus acusaciones serían a estas horas un affaire, un escándalo nacional. Un escritor meritísimo, Antonio G. de Linares, clama desde La Iberia, indignado y airado, porque nadie se indigna ni se aíra. Tal es la realidad. La opinión padece una mortal desesperanza. Sabe, por reiterados sucesos y sucesivas experiencias, que no pueden nada sus iras contra la confabulación del favor político y de la influencia, y no quiere tomarse la inútil molestia de indignarse. La opinión sabe que hay dos Españas, una la que está por encima de la Justicia y de la Ley; una que está exenta de toda suerte de responsabilidades; una que es inmune; una que es duchillo en el tajo del presupuesto, del poder público, del Parlamento, y contra la que no prevalecerá ninguna petición de justicia.
“El Imparcial” del martes 15 de Octubre de 1918, informa de la captura de Rafael Coba, delito en que, no obstante lo mucho que se ha sabido y las distintas manifestaciones descubiertas, están aun por esclarecer muchos detalles, no exentos de interés.
La detención se hizo en La Carolina (Jaén), que el detenido había sido guarda del Museo, y que durante el viaje a Madrid confesó a los policías que le acompañaban algo de lo que hacía con los artísticos objetos sustraído, sigue diciendo el diario:
“Rafael Coba, se encerraba en su domicilio de la calle de San Vicente, cogía el objeto, y a punta de navaja le quitaba todas las guarniciones y adornos de oro y piedras preciosas y luego, ya de madrugada, cuando por las calles de la villa apenas circulaban transeúntes, salía de su casa, y con grandes precauciones para evitar cualquier sorpresa desagradable, se dirigía a la Corredera de San Pablo, y por una boca de alcantarilla situada a espaldas del edificio donde está instalado el Tribunal de Cuentas, arrojaba los restos de vasos, jarrones, ánforas y copas que constituía “El Tesoro del Delfín”.
El ladrón utilizaba también la boca de alcantarilla que hay en la calle de la Puebla, esquina al Refugio, por donde también arrojó objetos en diferentes ocasiones. Por este procedimiento, Rafael Coba ha destrozado un verdadero tesoro artístico, que ha ido a parar a las alcantarillas matritenses.
En cuanto a la venta de adornos de oro y piedras preciosas y camafeos, se asegura que Coba ha entregado a la Policía una lista completa de los establecimientos donde vendió los objetos robados, y dicha policía ha comenzado a trabajar, y no tendría nada de extraño que algún platero que negó haber comprado camafeos sufriese algún disgusto por su falta de memoria”.
“La Época” del jueves 15 de Octubre de 1918, reproduce una carta del padre de Rafael Coba, en la que dice “que solo se propone disminuir, valiéndose de la verdad, el novelesco éxito policiaco con que la prensa madrileña ha encomiado la presentación de su hijo, y cuenta que él –Juan Coba–, con sus otros hijos, Juan y Francisco, celebró un “consejo de familia”, en el que adoptaron la determinación de presentar a Rafael a las autoridades, lo que tenían la seguridad de poder verificar, porque Rafael se había amparado en su hermano Francisco”, finalizando la carta con la narración del encuentro casual de Francisco con los policías Sres.…
Las ninfas indultan una fuente
Tiene Madrid un almacén Municipal como otras ciudades, donde duermen piezas de arte de todo tipo, y donde el tiempo no existe. Bellos rostros que antaño fueron admirados, torsos que un día causaron sorpresa, o bustos aplaudidos en su inauguración, esperan arrinconados salir del olvido; fuentes secas, vacías, fuentes sin agua que nada son, también duermen un letargo sin fin.
El destino escrito por unos de los expertos cerrajeros en un día cualquiera de 1999, despertó a esta fuente, la indultó y las hadas del agua comenzaron a viajar por sus venas. Esta fuente recia y dura como el mismo hierro que la fundó, ese hierro que hizo el vaso que recoge el agua, la pérgola circular de ocho fuertes brazos con cabeza de pez en cada uno , suministran el agua en sentido vertical, de arriba a abajo, y remata el conjunto una piña, en su parte más alta; esta fuente peregrina que, abasteció con sus caños a los vecinos de distintos lugares de Madrid, parece tener vida eterna como el mismo agua, como eterno debió parecerle el tiempo que impaciente pasó en los almacenes Municipales a la espera de un indulto que acabara con su reclusión. Una fuente es calle, trasiego, murmullo, frescor, y vida; y esta fuente salió al indulto del tiempo, al sol que la mima, y al aire que la mece, y vive para cantar con murmullos su alegría de libertad, porque acabó su pena oscura.
La decadencia de nuestro Patrimonio artístico, hace menguar la exposición de toda belleza creada en otro tiempo, y se nos priva del placer de tener verdaderas obras de arte que duermen en un rincón de lo sin sentido, en el almacén del olvido.
La fuente indultada a la que me refiero, estuvo en la Plaza de la Encarnación, frente al convento, cerca de Palacio, asistiendo a reales ceremonias en lugar de preferencia, lo prueba un álbum de fuentes vecinalesque hay en el Museo de Historia, donde entre muchas figura la fuente de hierro a la que nos referimos ; “ que en el año 1864 siendo corregidor el D. De Sesto D. José de Osorio y Silva, y comisario del ramo de Fontanería D. Juan Bautista Peironet, se colocó esta fuente en la dicha plaza de la Encarnación”. No debió durar mucho tiempo a decir por la poca información que hay al respecto y por la fecha en concreto. Solo esta foto acredita su estancia, fueron pocos años en esta morada conventual, pero muchos en otros lugares
Continua esta fuente el camino que escribe su historia, el camino que la llevo quizás a un lejano lugar de Madrid, en aquella época, donde también llenó sus tuberias de agua, un lugar bello como lo fue la Quina de Miraflores o del Condestable, más conocida hoy como parque de la fuente del Berro, cuyo dibujo dice ”Madrid. Aguadores de la Fuente del Berro . 1868 “. Creo que no hay duda que se trata de la misma fuente.
Es sabido que sus aguas fueron siempre apreciadas por los reyes de España, en especial por los de la Casa de Austria, aunque posteriormente los Borbones también supieron del beneficio de las mismas. Desde su primer dueño en el siglo VXII, D. Bernardino Fernández de Velasco, Duque de Frías y Conde de Haro, pasando por Felipe V, los monjes benedictinos de Montserrat, la adelantada de Costa Rica Maria Trimiño Vázquez de Coronada, todos y más, se beneficiaron de esta agua.
En 1941 pasa al Ayuntamiento este parque de la Fuente del Berro, declarándose jardín histórico, su agua continua siendo famosa.
Durante el siglo XIX, existía una propietaria que seguía teniendo la llave que daba acceso y abría el arca del agua de esta fuente del Berro, ya que aunque la finca tuvo varios propietarios, el agua siguió siendo de propiedad Real. Este año que nos indica el dibujo, fue el año que coincide con el destronamiento de Isabel II; muchos parques y jardines pasaron a propiedad Municipal. Lo más probable es que la fuente se instalará para acceso del todo Madrid a su rica agua.
Sigue esta fuente a paso peregrino, recia, austera, y firme cumpliendo la misión que le fue encomendada, apagar la sed . Pero no acaba aquí su trasiego, ya que gracias a algunos amigos que me dieron referencia de esta nueva ubicación, pude encontrar en grabados antiguos, este que muestra el lugar que ocupó desde 1895 , y que al parecer estaba frente al convento de las Capuchinas, hasta que dicho convento desapareció en los años setenta del siglo pasado, llevándose también esta fuente por delante, hasta dar con sus “ hierros “ en la cárcel-almacén de la Villa. Este convento de la Concepción de Nuestra Señora de monjas capuchinas fue fundado en 1617, en la calle Mesón de Paredes, y se trasladaron a esta plaza llamada hoy del Conde Toreno en 1627. Actualmente el lugar que ocupaba la fuente, ha sido sustituido por un edificio de apartamentos. Aquella fuente que susurró con su canto allá donde fue, será eterna, aquella fuente que nos dio su agua clara y fresca no desaparecerá, no se puede edificar sobre la memoria y el recuerdo . Su historia está escrita, en fotografías, grabados y dibujos, y permanecerá en la historia para siempre ,pero ¿quién recordara un edificio de viviendas?, pocos diría yo, sin embargo, también está en el recuerdo de muchos la cárcel del Conde de Toreno, desde donde pudo haber escuchado el sonido de las aguas de esta fuente, Miguel Hernández …
Madrid sin agua potable – La cola es la fuente de las capuchinas
Recordada hoy por el servicio prestado a tantos vecinos en su larga vida, es compensada ocupando un lugar preferente en una antigua plaza de su Madrid. Las ninfas le han regalado una nueva vida.
Hoy luce ella, la fuente de la Cebada del siglo XXI, echando su agua hacia abajo, porque la dijeron un día que el agua de altos vuelos, termina mal y ella no quiere volver “allí” al rincón del olvido. Ella fue indultada por el destino, y hoy ocupa el mismo lugar, donde hace años estuvo bella fuente que diseñó Juan Gómez de Mora, y que las manos del alarife Pedro Pedrosa y Martín Gortairy ,la realizaron allá por el 1617. Terminó demolida en 1840, al parecer por su mal estado según dicen, y como a Fuente “ muerta”, fuente puesta, otra ocupó su lugar. Esta nueva fuente fue realizada por el arquitecto de Fontanería D. Pedro Ayegüi, consistía en un pedestal y jarrón como se aprecia en este segundo dibujo, muy sencilla en opinión de Madoz.
Grabado al aguafuerte (Louis Mennier 1665) de la fuente que diseñara Juan Gómez de Mora.
Esta nueva fuente fue realizada según los diseños del arquitecto de Fontanería D. Pedro Ayegüi, consistía en un pedestal y jarrón como se aprecia al fondo y a la izquierda ,en este segundo dibujo del mercado de la Cebada, que en opinión de Madoz era muy sencilla.
Mercado de la Cebada
Es posible que existan más domicilios de esta andarina fuente?, pudiera ser… seguir este rastro de una fuente tan inquieta, que durante casi veinte años estuvo encerrada para hoy escuchar el fluir de su agua y su historia, me hace confiar en que otras fuentes puedan tener el mismo fin.
Esta fuente fue colocada por el Ayuntamiento en el lugar que la vemos en 1999, ofrece su canto y su frescor al pueblo de Madrid. Aunque no se sabe su autor, ni el año en que fue realizada, no se la puede negar… que tiene un bello pasado.
Su presente es incierto, me temo, pronto se procederá a la remodelación de esta plaza de la Cebada, y no sabemos que pasará con la fuente ( ella no sabe nada, para que ponerla triste ) y con los garajes, solo disfruta de este lugar de preferencia rodeada por el Teatro de la Latina, el Café de San Millán, el convento de La Latina, edificado sobre otro anterior, el mercado que da nombre a la plaza, y todo el bullicio de los domingos por el cercano mercado del Rastro.
Habrá que estar pendientes para seguir su rastro, no podemos permitir que la lleven de nuevo a la cárcel del almacén de la Villa.…
Tres médicos en el Cementerio Civil
Los anaqueles de las bibliotecas personales de médicos y boticarios del siglo XIX abundaban en obras de Víctor Hugo, Darwin y Renan. La detección perspicaz del signo físico, el tajo preciso del bisturí, la mente lúcida `para comprender la pócima capaz de atenuar tal o cual otro síntoma, había convertido a muchos médicos y boticarios en librepensadores que abrazaron la buena nueva de las ideas positivistas y la evolución, lejos de improbables y arcaicos aforismos. No siempre su ideología fue exactamente coincidente. Valgan por ello aquí breves pinceladas de tres médicos, significativos todos ellos en nuestra Historia, pero por diferentes razones: un masón, como Luis Simarro Lacabra; uno de los fundadores del Partido Socialista Obrero Español, como Jaime Vera y, finalmente, la de Pío Baroja, furibundo anticlericalista y ateo confeso.
El lema vital de Luis Simarro Lacabra (1851-1921) fue “Libertad y Justicia”. De cultura portentosa –el legado de su biblioteca, hoy Fundación Simarro, representa un auténtico tesoro-, la vida de este médico de poliédricos intereses fue de lucha constante contra la intolerancia religiosa, el caciquismo y la pena de muerte. Se le considera fundador de la Psicología Experimental en España, la primera cátedra de esta materia que hubo en nuestro país. Un hecho transcendental fue proporcionar a Ramón y Cajal el método para teñir las células nerviosas mediante el cromato de plata que habría aprendido en Paris, un punto de partida fundamental en Neurobiología. Defensor radical de cementerios fuera del control de la Iglesia Católica y Gran Maestre de la Masonería Española, no es de extrañar que sus restos reposen en el Cementerio Civil de Madrid.
Es conocido que el Partido Socialista Obrero Español fue fundado por médicos y tipógrafos, Pablo Iglesias empleado en una imprenta de la calle del Limón y el salmantino Jaime Vera López (1859-1918), neuropsiquiatra del Hospital General de Madrid, entre otros (fig. 12). Su padre, amigo personal de Pi y Margall, le dio una educación basada en los principios krausistas. Al margen de su ideario político, Jaime Vera fue un médico dedicado y bondadoso; don Gregorio Marañón le recuerda cuando, ya muy anciano y casi ciego, seguían sus enfermos solicitando verle, siquiera fuera por escuchar sus palabras de consuelo y sus ponderados consejos [6]. La necrológica publicada por Blanco y Negro el 25 de agosto de 1818 se refiere a él como un intelectual, más estudioso que hombre de acción, capaz de mantener una conversación en latín y excelente clínico en el campo de las enfermedades nerviosas y mentales
Fig 12.Una lápida recuerda al doctor Jaime Vera en un colegio de la calle Bravo Murillo de Madrid (foto del autor).Aunque en distintos grabadoslo representan con “txapela”, eledoctor Vera era salmantino.
El 31 de octubre de 1956 la prensa da noticia del fallecimiento de don Pio Baroja, pocero profesional en algún momento de su vida. Ateo confeso y solterón de paseo solitario por las frondas del Ángel Caído, se relata cómo su féretro fue sacado a hombros por Camino José Cela y Ernerst Hemingway desde su piso de la calle Ruíz de Alarcón. Su deteriorada salud no superó una fractura del cuello del fémur. Una foto en la prensa del día siguiente muestra un reducido grupo de personas agrupadas junto a su tumba, pero se soslaya toda referencia al cementerio en el que transcurría la ceremonia. Se silencian también las presiones que su sobrino Julio Caro Baroja hubo de soportar, la única familia que, junto a su hermano Pío, le quedaba al novelista. Se pretendía soslayar con ello que se cumpliera la voluntad de don Pío, un tanto “comecuras” y cascarrabias, de ser enterrado en el Cementerio Civil, su última rebeldía. Debieron de transcurrir años Don Pió escribiendo en su modesta mesa de trabajo, con su inseparable boina,enfundado en grueso gabán
Advertirá el paciente lector que se ha omitido toda referencia a políticos allí enterrados y empresas de servicios domésticos. No es este el lugar. Pero hay una anécdota –tendría muchas que contar- que quiero reseñar. No era verdad, como escuché decir a mis padres como recuerdo remoto de mi niñez, que el Cementerio Civil de Madrid sólo se abriera cuando fallecía un extranjero. Sobre la tumba de Pablo Iglesias siempre hubo flores frescas. Nunca se ha sabido de quien era la mano ni el modo por el que entraba.…